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TenisLa vida parisina de Nadal
Redacción (NJ) (Jun 02, 2015) Tenis
En días como el del pasado domingo, París, o al menos el París de Roland Garros, llega a desesperar a cualquiera. Manda el cielo y desde la mañana suelta lluvia, mal negocio para la organización y para los tenistas. La zona reservada a jugadores se llena y hay colas en el restaurante, que estos días mezcla a los supervivientes en el torneo y a veteranos inscritos en el cuadro de leyendas. Tan pronto uno se encuentra con Arantxa Sánchez Vicario como se pone a charlar con Gustavo Kuerten, muy agradecidos los ex ahora que viven el tenis desde la barrera, obligados todos a hablar de Rafael Nadal y su momento. Nadal, siempre Nadal, clasificado para los cuartos de final en una batalla que se presupone preciosa ante Novak Djokovic.

La lluvia también condiciona la vida del nueve veces campeón aquí, que descarta la posibilidad de entrenarse en la pista 21 para hacerlo a cubierto junto a David Ferrer y el tío Toni. Come en el club, cumple un compromiso con una televisión local y ahí desvela que estos días consume prensa internacional, pero que rara vez lee cosas escritas sobre él. Sin embargo, luego está enterado de casi todo.

París es, en palabras del protagonista, la ciudad por excelencia, fundamental para entender la carrera de un tenista que lo tiene todo. Aquí, cuando lucía ese aspecto asilvestrado, ganó por primera vez en 2005 y desde entonces sólo ha fallado una vez (2009), impresionante estadística con 69 victorias en 70 partidos. «Cambió mi vida», explica Nadal, que contrariamente a lo que se piensa siempre ensalza el trato que recibe. «Hace años que París me reconoce», apunta.

Desde su postura de veterano, que lo es aunque aún tenga 28 (cumple 29 el miércoles, que es cuando todo el mundo espera que juegue los cuartos contra Novak Djokovic), Nadal es un tenista de costumbres, rutinario hasta el extremo por una cuestión de sensaciones. Repite siempre en el hotel Royal Alma y tiene vistas directas a la Torre Eiffel, idílico paisaje en el que tantos títulos ha celebrado. El día después de ganar, el campeón suele escoger el escenario para posar con el trofeo y Nadal casi siempre se ha decidido por el monumento más emblemático de la capital francesa o en su defecto ha elegido Disneyland París, un apasionado de las atracciones.

Nadal estira el sueño hasta las 9 ó 9.30 aproximadamente, pistoletazo de salida para empezar la jornada. Desayuna y se desplaza al club siempre con el mismo chófer, una tradición que repite desde 2007 hasta el punto de considerar a Aurelien, el conductor, uno más de su familia parisina y que le ha acompañado en el trayecto del hotel a las pistas en 55 de sus últimos 56 partidos. Falló un día y sí, fue el que perdió en 2009 contra Robin Soderling. Más motivos todavía para justificar su condición de supersticioso.

Si no hay partido, suele entrenarse por la mañana, come en las instalaciones de Roland Garros, recibe tratamiento y se toma la tarde para descansar. Pero al balear le gusta salir por la noche a cenar fuera con su equipo o con su novia (ya está en París), fiel a una serie de restaurantes que repite por inercia. Su cumpleaños suele festejarlo en el Café de la Paix y acude a las pizzerías de los Campos Elíseos dando un paseo si el tiempo lo permite. Durante la primera semana del torneo compartió mesa con Richard Mille (diseñador de sus relojes y amigo personal) y Jean Todt (presidente de la Federación Internacional de Automovilismo y ex de Ferrari) y el sábado estuvo en una suite reservada del Intercontinental París Le Grand viendo con su gente la final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Athletic.

En ese hotel hizo de anfitrión durante la gala de la Fundación que se celebró el sábado 23 y en el que reunió a más de 400 personas, un acto benéfico con personalidades de todos los ámbitos. Porque antes de la batalla, antes de que se empezara a jugar, Nadal, al que le gusta llegar el miércoles para empezar a trabajar el jueves, tuvo muchísimos actos y compromisos publicitarios. Se trasladó de punta a punta con su mejor sonrisa y fue condecorado con la Medalla Grand Vermeil, que es el mayor reconocimiento que se puede conceder en la capital. Es el cariño de la majestuosa ciudad al héroe, veneración a un tenista exclusivo que ahora se muestra más vulnerable que ediciones anteriores.

En París, sin embargo, siempre encuentra motivos para creer y ahora se emociona ante lo que se avecina. Le espera Djokovic, el mayor de los desafíos, un enemigo que le incomoda y que está disparado. El martes gestionarán los nervios y el miércoles se medirán en una final anticipada. Que lo es, por mucho que él lo niegue.

  
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